5 de septiembre de 2010

Capitulo 1


1. TRIPAS DE RATA


Doble clase de Historia un miércoles por la tarde: ¡una pesadilla total! Hace unos minutos, habría dicho que no podía imaginar nada peor en la vida. Pero cuando suena un golpe en la puerta, y se abre, y descubro a mamá fuera, me convenzo de una cosa: en esta vida siempre hay algo peor.
Cuando un padre se presenta inesperadamente en el colegio, significa una de dos: o que alguien próximo a ti ha resultado gravemente herido o muerto, o que estás metido en un lío.
Mi reacción inmediata es: —¡Por favor, que no haya muerto nadie!—. Pienso en papá, en Gret, en mis tíos, tías y primos. Podía ser cualquiera de ellos. Vivito y coleando esta mañana. Ahora, rígido y frío, con la lengua fuera, un pedazo de carne muerta a la espera de ser incinerado o enterrado. Recuerdo el funeral de la yaya. El ataúd abierto. Su piel brillante, tener que darle un beso en la frente, el dolor, las lágrimas. —¡Por favor, que no haya muerto nadie! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por…!—
Entonces veo la cara de mamá, pálida de furia, y sé que está aquí para castigarme, no para consolarme.
Suelto un gemido, pongo los ojos en blanco y murmuro en voz baja:
¡Que me traigan los cadáveres!

El despacho del director. Mamá, el Sr. Donnellan y yo. Mamá está dando gritos y despotricando acerca de los cigarrillos. Me han visto fumando detrás del cobertizo de las bicis (¡el tópico más viejo del mundo!). Quiere saber si el director es consciente de lo que hacen los alumnos de su colegio.
Siento un poco de lástima por el Sr. Donnellan. Tener que sentarse ahí, como si él mismo fuera un colegial, arrastrando los pies y diciendo que no sabía que esto estaba pasando, y que abrirá una investigación, y que pondrá fin rápidamente a esto. ¡Mentira! Por supuesto que lo sabía. Cada colegio tiene una zona de fumadores. Así es la vida. Los profesores no lo aprueban, pero hacen la vista gorda la mayor parte del tiempo. Ciertos chavales fuman: es un hecho. Es más seguro tenerlos fumando en el colegio que saliendo a hurtadillas del recinto durante los recreos y el almuerzo.
Mamá también lo sabe. ¡O debería! Ella fue joven una vez, como me está recordando siempre. Los chavales no eran distintos en su época. Si se parase a pensarlo un minuto, vería qué vergüenza tan grande me está haciendo pasar. No me habría importado que me echara la bronca en casa, pero uno no entra al colegio como Pedro por su casa y empieza a dar órdenes en el despacho del director. Se ha puesto muy borde; mucho.
Pero no puedo decírselo, ¿verdad? No puedo gritarle —¡Eh! ¡Mamá! ¡Nos estás avergonzando a los dos, así que cierra la puta boca!—.
La idea me hace sonreír de satisfacción, y, naturalmente, es entonces cuando mamá hace una brevísima pausa y me pilla.
¿De qué te ríes? —ruge, y luego, vuelta a empezar: que si me estoy cavando una tumba prematura a base de humo, que si el colegio es responsable, que qué clase de espectáculo freak dirige el Sr. Donnellan, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla.
¡BLARRRing!

Su rimbombante discurso en el colegio no es nada comparado con la bronca que me llevo al llegar a casa. Gritos a pleno pulmón, sin parar.
Va a enviarme fuera, a un internado…, ¡no, a una academia militar! A ver si me gusta tener que levantarme al amanecer todas las mañanas y hacer cien flexiones antes de desayunar. ¿Qué tal suena eso?
¿Dan desayunos decentes o esa mierda de cereales con yogur? —es mi respuesta, y nada más salir de mi estúpida boca sé que es la equivocada. No es momento para que el famoso Grubbs Grady haga gala de su ingenioso sentido del humor.
Es la señal para que mi enfurecida mamá lance los cohetes. ¿Quién me creo que soy? ¿Sé cuánto se gastan en mí? ¿Y si me expulsan del colegio? Y a continuación el argumento definitivo, al que mamá no recurre muy a menudo, y que, cuando lo hace, sé que significa que me va a caer una buena:
¡Espera a que tu padre llegue a casa!

Papá no está tan flipado como mamá, pero no está nada contento. Me dice lo decepcionado que está. Me han advertido muchas veces sobre los peligros que entraña fumar, de cómo destruye los pulmones de la gente y les produce cáncer.
Fumar es estúpido —dice. Estamos en la cocina (no he salido de allí desde que mamá me trajo temprano del colegio, excepto para ir al baño) —. Es repugnante, antisocial y mortal. ¿Por qué lo haces, Grubbs? Pensaba que tenías más sentido común.
Me encojo de hombros sin decir nada. ¿Qué hay que decir? No están siendo justos. Por supuesto que fumar es estúpido. Por supuesto que produce cáncer. Por supuesto que no debería hacerlo. Pero mis amigos fuman. Es guay. Puedes juntarte con la gente guay en el almuerzo, y hablar de cosas guays. Pero sólo si fumas. No puedes estar en la onda si estás fuera de ella. Y ellos lo saben. Aun así, aquí están, actuando como la Gestapo, pidiéndome explicaciones por mis actos.
¿Desde cuándo fuma? ¡Eso es lo que quiero saber! —Mamá ha empezado a referirse a mí en tercera persona desde que papá llegó. No soy digno de una mención directa.
Sí —dice papá—. ¿Desde cuándo fumas, Grubbs?
No sé.
¿Semanas? ¿Meses? ¿Más?
Unos meses, tal vez. Pero sólo un par diario.
Si dice un par, quiere decir cinco o seis por lo menos —bufa mamá.
¡No! —grito—. ¡Quiero decir un par!
¡No me levantes la voz! —ruge mamá en respuesta.
Calma —empieza papá, pero mamá sigue como si él no estuviera allí.
¿Crees que es inteligente? ¿Llenarte los pulmones de porquería, suicidarte? ¡No te criamos para ver cómo te provocas un cáncer! ¡No necesitamos esto, y desde luego no en este momento, no cuando…!
¡Basta! —grita papá, y ambos pegamos un brinco. Papá casi nunca grita. Generalmente, conserva la calma cuando está enfadado. Ahora tiene la cara colorada y una mirada furiosa; pero nos mira a ambos, no sólo a mí.
Mamá carraspea, como si se avergonzara de sí misma. Se sienta, se echa el pelo hacia atrás y me mira con expresión herida. Odio cuando pone esa cara. Es imposible mirarla de frente u objetarle algo.
Quiero que lo dejes, Grubbs —dice papá, recuperado el control—. No vamos a castigarte… —Mamá empieza a disentir, pero papá la hace callar con un gesto cortante de la mano—…pero quiero tu palabra de que lo dejarás. Sé que no será fácil. Sé que tus amigos te lo pondrán difícil. Pero esto es importante. Hay cosas más importantes que parecer guay. ¿Me lo prometes, Grubbs? —Hace una pausa—. Naturalmente, si es que eres capaz de dejarlo…
Pues claro que soy capaz —murmuro—. No soy adicto, ni nada.
Entonces, ¿lo harás? Por tu bien, no por el nuestro.
Me encojo de hombros, intentando restar importancia al asunto, como si de todas formas hubiera estado pensando en dejarlo.
Claro, si os lo vais a tomar así… —Y bostezo.
Papá sonríe. Mamá sonríe. Yo sonrío.
Entonces entra Gret por la puerta de atrás y también sonríe; pero es una sonrisa de superioridad de malvada hermana mayor.
¿Ya hemos resuelto todos nuestros problemillas? —pregunta, con voz aguda y llena de falsa inocencia.
Y lo sé instantáneamente: ¡Gret se ha chivado de mí a mamá! Averiguó que estaba fumando y se lo contó. ¡Vaca!
Mientras pasa contoneándose, con el rostro iluminado por una sonrisa angelical, abro ardientes agujeros en su nuca con mis ojos, y una sola palabra resuena en mi cabeza como el sonido de un trueno espantoso…
¡Venganza!

Me encantan los vertederos. Allí puedes encontrar todo tipo de guarrerías. El lugar perfecto cuando buscas algo con lo que vengarte de una hermana traidora.
Escalo montículos de basura y rebusco entre bolsas negras y cajas de cartón empapadas. No sé exactamente lo que voy a utilizar, ni de qué modo, así que espero a que me llegue la inspiración. Entonces, en una pequeña bolsa de plástico, encuentro seis ratas muertas, con el cuello roto, que acaban de empezar a pudrirse. ¡Excelente! Cuidado, Gret… ¡Allá voy!

Me tomo el desayuno en la mesa de la cocina. Le he bajado el volumen a la radio. Escucho los ruidos del piso de arriba. Intento no reírme. Aguardo la explosión.
Gret está en la ducha. Se ducha todo el tiempo, al menos dos veces diarias, antes de irse al colegio y cuando vuelve. A veces también se ducha antes de irse a la cama. No sé por qué alguien se molestaría en mantenerse tan limpio. Para mí es una forma de locura.
Como está tan obsesionada con la ducha, mamá y papá le dieron el dormitorio con cuarto de baño. Imaginaron que a mí no me importaría. Y no me importa. De hecho, es perfecto. No habría podido preparar mi jugarreta si Gret no hubiera tenido su propia ducha, con su propio toallero.
La ducha se cierra. Chapoteos, luego goteos, y después, silencio. Me pongo tenso de excitación. Me conozco al dedillo la rutina de Gret. Siempre coge su toalla de la percha después de ducharse, no antes. No oigo sus pasos, pero la imagino dando tres o cuatro hasta el toallero. Extiende la mano. Tira de la toalla. Yyyyyyyyyyy…
Ya: gritos a mansalva. Al principio, sólo un grito de asombro. Luego toda una descarga, uno detrás de otro. Empujo a un lado mi tazón de copos de maíz empapados y me dispongo a soltar la mayor carcajada del año.
Mamá y papá están junto al fregadero, hablando de la jornada que les espera. Se quedan rígidos al oír los gritos, y luego salen corriendo hacia las escaleras, que puedo ver desde mi asiento.
Gret aparece antes de que lleguen a las escaleras. Sale como una tromba de su habitación, chillando, sacudiéndose jirones sanguinolentos de los brazos, arrancándolos de su pelo. Está cubierta de rojo. La toalla aferrada con una mano por delante del cuerpo: ¡ni un susto de muerte lograría hacerla bajar desnuda!
¡¿Qué pasa?! —grita mamá—. ¡¿Qué ocurre?!
¡Sangre! —chilla Gret—. ¡Estoy cubierta de sangre! ¡Tiré de la toalla y…!
Se detiene. Ha descubierto que me estoy riendo. Me estoy partiendo de la risa. Es la cosa más graciosa que he visto nunca.
Mamá se da la vuelta y me mira. Papá también. Se han quedado sin habla.
Gret se quita un grumo pegajoso y rosado del pelo, esta vez despacio, y lo estudia.
¿Qué pusiste en mi toalla? —pregunta serenamente.
¡Tripas de rata! —aúllo, golpeando la mesa y llorando de risa—. ¡Conseguí… unas ratas en el vertedero…, las troceé… y…! —Estoy a punto de vomitar, de tanto como me río.
Mamá me mira fijamente. Papá me mira fijamente. Gret me mira fijamente.
Y entonces…
¡Asqueroso hijo de…!
No oigo el resto del insulto; Gret vuela escaleras abajo antes de acabarlo. Deja caer la toalla por el camino. Antes de darme tiempo de reaccionar, ya está sobre mí, abofeteándome y arañándome la cara.
¿Qué pasa, Gretelda? —río tontamente, defendiéndome mientras la llamo por el nombre que odia. Normalmente, ella me responde llamándome Grubitsch, pero ahora está demasiado furiosa para pensar en eso.
¡Escoria! —chilla.
Entonces arremete bruscamente contra mí, me sujeta la mandíbula, me abre la boca e intenta con todas sus fuerzas meterme un puñado de tripas de rata en la garganta.
Dejo de reír al instante: ¡un bocado de tripas de rata podrida no forma parte de mi magistral súper broma!
¡Quita! —vocifero, golpeándola furiosamente.
Mamá y papá se recuperan de golpe y gritan exactamente al mismo tiempo:
¡Ya basta!
¡No le pegues a tu hermana!
¡Es una lunática! —jadeo, cayéndome de la silla al apartarme bruscamente de la furibunda Gret.
¡Es un animal! —solloza Gret, quitándose más trozos de tripas del pelo y limpiándose sangre de rata del rostro. Advierto que está llorando (lágrimas de verdad) y su rostro está tan rojo como su pelo largo y liso. No rojo de sangre: rojo de ira, vergüenza y… ¿miedo?
Mamá recoge la toalla, se la lleva a Gret y la cubre con ella. Papá está justo detrás de ellas, el rostro tan sombrío como la muerte. Gret se quita más hebras y lazos de tripas de rata del pelo, y luego lanza un aullido de angustia.
¡Las tengo todas por encima! —chilla, y me arroja algunas tripas—. ¡Pequeño monstruo sangriento!
¡Tú eres la sangrienta! —cacareo.
Gret se me tira a la garganta.
¡Basta ya! —Papá no levanta la voz, pero su tono nos detiene en seco.
Mamá me contempla con abierta repugnancia. Papá echa chispas por los ojos. Siento que soy el único que le ve el lado gracioso a esto.
Sólo era una broma —murmuro a la defensiva, antes de que vuelen las acusaciones.
¡Te odio! —sisea Gret, y luego rompe a llorar otra vez y huye dramáticamente.
Cal —le dice mamá a papá, congelándome con una furiosa mirada glacial—. Ocúpate de Grubitsch. Voy a subir a intentar tranquilizar a Gretelda.
Mamá siempre nos llama por nuestros nombres completos. Los escogió ella, y es la única persona en el mundo que no se da cuenta de lo escalofriantemente espantosos que son.
Mamá se va al piso de arriba. Papá suspira, va hacia el mostrador, arranca varias hojas de papel de cocina y limpia parte de las tripas y manchas de sangre del suelo. Tras un par de silenciosos minutos, mientras yazgo indeciso junto a mi silla patas arriba, vuelve hacia mí una mirada acerada. Un montón de arrugas profundas rodean su boca y sus ojos: es señal de que está realmente enfadado, aún más enfadado que cuando se enteró de que fumaba.
No debiste hacer eso —dice.
Fue divertido —murmuro.
¡No! —ladra—. ¡No lo fue!
¡Yo no busqué nada de esto! —grito—. ¡Ella me hizo algo peor! ¡Le contó a mamá que fumaba! ¡Sé que fue ella! ¿Y te acuerdas de cuando fundió mis soldaditos de plomo? ¿Y de cuando recortó mis comics? ¿Y…?
Hay cosas que nunca deberías hacer —me interrumpe papá con voz queda—. Eso estuvo mal. Invadiste la privacidad de tu hermana, la humillaste, heriste su sensibilidad. ¡Y qué oportuno! Tú… —Se detiene un instante y concluye con voz sumamente débil—: …la has alterado mucho.
Mira su reloj.
Prepárate para ir al colegio. Ya hablaremos de tu castigo más tarde.
Subo desganadamente al piso de arriba, con aspecto miserable, incapaz de entender a qué viene tanto lío. Fue una broma genial. Cuando se me ocurrió, estuve horas riéndome. ¡Y el trabajo que me costó! Trocear las ratas, mezclarlas con agua para conservarlas y espesarlas, levantarme temprano, entrar furtivamente en su cuarto de baño mientras ella dormía, colocar cuidadosamente las tripas en su sitio…
Paso ante el dormitorio de Gret y la oigo llorar lastimeramente. Mamá le susurra en voz baja. Se me hace un nudo en el estómago, como me suele pasar cuando sé que he hecho algo malo. Lo ignoro.
Me da igual lo que digan —rezongo, abriendo de una patada la puerta de mi habitación y quitándome a tirones el pijama—. ¡Fue una broma brillante!

Purgatorio. Confinado en mi habitación después del colegio durante un mes. ¡Todo un puto mes! Sin tele, sin ordenador, sin comics, sin libros… salvo los del colegio. Papá también deja en mi habitación el ajedrez. ¡Cómo no! Mis padres, fanáticos ajedrecistas, jamás me dejarían sin eso. El ajedrez es casi una religión en esta casa. Gret y yo nos criamos con él. Mientras otros niños aprendían a armar rompecabezas, nosotros estábamos ocupados aprendiendo las ridículas reglas del ajedrez.
Puedo bajar a comer, y están permitidas las visitas al cuarto de baño, pero aparte de eso, soy un prisionero. Ni siquiera puedo salir los fines de semana.
A solas en mi habitación, la primera noche la dedico a llamar de todo a Gret. La siguiente, son mamá y papá quienes se llevan la mayor parte de mis maldiciones. Después de eso, me siento demasiado infeliz para culpar a nadie, así que me sumo en un hosco silencio y juego al ajedrez contra mí mismo para pasar el rato.
No me hablan durante las comidas. Los tres actúan como si yo no estuviera. Gret ni siquiera me lanza miradas ni sonrisas despectivas, como suele hacer cuando he caído en desgracia.
¿Pero qué he hecho de malo? De acuerdo, fue una broma de mal gusto y sabía que me metería en problemas; pero su reacción es demasiaaaaaaado exagerada. Si hubiera hecho algo que avergonzara a Gret en público, pues vale, aceptaría lo que me cayera. Pero ésta fue una broma privada, sólo entre nosotros. No hace falta armar tanto revuelo por eso.
Las palabras de papá vuelven a resonar en mi cabeza: —¡Y qué oportuno!—. Pienso mucho en ellas. Y en las de mamá, cuando me estaba echando la bronca por fumar, justo antes de que papá la cortara en seco: —¡No necesitamos esto, y desde luego no en este momento, no cuando…!—
¿Qué querían decir? ¿De qué estaban hablando? ¿Qué tiene que ver lo oportuno con todo esto?
Aquí hay algo que huele mal… y no son sólo tripas de rata.






Paso mucho tiempo escribiendo. Mi diario, historias, poemas. Intento dibujar un comic -'¡Grady Grubbs, Superheroe! ', Pero no soy bueno para dibujar. Tengo muy buenas notas en mi otras materias, mucho mejores que las de cara-de-cabra Gret, como a menudo le recuerdo. Pero tengo el talento artístico de un pato.
Juego mucho al ajedrez. Mamá y papá son fanáticos de este,hay un tablero en cada habitación y juegan varios juegos la mayoría de las noches, uno contra el otro o contra amigos de su club. Nos obligan a Gret y a mí a jugar también. Mi primer recuerdo es de estar chupando una torre blanca mientras papá me explicaba cómo se mueve un caballo.
Puedo ganarle a casi cualquier persona de mi edad, he ganado concursos regionales, pero no estoy al mismo nivel que mamá, papá o Gret. Ella gano un torneo de nivel nacional y puede ganarme sin mirar el tablero nueve de cada diez veces. Sólo he ganado dos veces a mamá en toda mi vida. Papá, nunca.
Ha sido la mayor discusión que recuerde. Mamá y papá no presionan para que me vaya bien en la escuela o en otros deportes, pero insisten todo el tiempo sobre el ajedrez. Me hacen leer libros y ver vídeos de torneos. Tenemos largos debates cuando cenamos en el estudio acerca de los juegos legendarios y los grandes maestros, y sobre cómo puedo mejorar. Me contratan tutores y me hacen entrar en competiciones. He discutido con ellos al respecto; en lugar de hacer esto yo preferiría estar jugando al fútbol, pero siempre se mantuvieron firmes.
La Torre blanca toma al peón negro, amenazando a la reina negra. La Reina negra se retira hacia la seguridad. Yo la persigo con con mi Alfil. Reina negra se mueve otra vez. Sigue en peligro. Esto es ahora una cuestión infantil; podría haber terminado con la amenaza cinco movimientos atrás, cuando se hizo evidente, pero no me importa. De una manera mezquina, esto es mi contraataque. ¿Ustedes me quitan mi televisor y el ordenador?¿Me dejan aquí sin nada que hacer? De acuerdo, voy a aprender a jugar el peor ajedrez del mundo. Veamos que les prece eso, ¡Papá Cabo y Mamá Comandante!
No exactamente como Luke Skywalker devolviendo el golpe contra el malvado Imperio con el estallido de la estrella de la muerte, lo sé, pero hey, ¡todos hemos empezado con algo!
Estudio mi pelo en el espejo. Rígido, lacio, con tonos rojizos. Papá solía ser pelirrojo cuando era más joven, antes de que el gris se instalara. Dice que tenía quince o dieciséis años cuando se dio cuenta del cambio. Entonces, si yo siguiera sus pasos, sólo tengo un puñado más de años de pelirrojo a los que aspirar.
Me gusta la idea de algunas canas, no con la cabeza llena de ellas como papá, sólo unas pocas. Y distribuidas -¡no quiero un parche de otra tonalidad entre medio del rojo! Soy grande para mi edad, más alto que la mayoría de mis amigos, y corpulento. No luzco tan adulto, pero si tuviera algunas canas, yo podría ser capaz de hacerme pasar por un adulto en una zona con poca luz. ¡Pase verde a las películas clasificadas para mayores de 18!
La puerta se abre. Gret, sonriendo con timidez. Estoy en el día 19 de mi sentencia. Lleno de odio por Gretelda Grotesca. Ella es la última persona que desearía ver.
¡Sal de aquí!
Vine a que nos reconciliemos—, dice.
Demasiado tarde—, le gruño groseramente. —Sólo me faltan once días. Prefiero esperar a hacer las pac ... — Me detengo. Ella está sosteniendo una bolsa de plástico. Algo blanco dentro. —¿Qué es eso?— La interrogo con recelo.
Un regalo para compensar el que te hayan castigado por mi culpa—, dice ella, y lo deja en mi cama. Ella mira por la ventana. Las cortinas están abiertas. Una luna menguante ilumina el alféizar. Hay algunas piezas de ajedrez sobre él, de cuando yo jugaba antes. Gret tiene escalofríos, luego se aleja.
Mamá y papá dijeron que puedes salir. Ha terminado temprano.
Ella se va.
Desconcertado, rompo el plástico. Dentro una remera de Tottenham Hotspur, pantalón y medias. Estoy sorprendido. Los Spurs son mi equipo, mis campeones de fútbol. Mamá me solía comprar el conjunto al comienzo de cada temporada, hasta que llegué a la pubertad y comencé a crecer.
Ella no me comprara nada más hasta que pare de crecer; el último me quedo chico en menos de un mes.
Esto debe haber costado una fortuna, era nuevo, no de la temporada pasada. Esta es la primera vez que me ha hecho un regalo, excepto en Navidad y cumpleaños. Y papá y mamá nunca han terminado antes de tiempo un castigo. Son muy estrictos con lo cualquier cosa que establezcan.
¿Qué diablos está pasando?
Tres días después de mi puesta en libertad anticipada. Decir que la situación es extraña es el eufemismo de la década. El ambiente es como cuando murió la abuela. Mamá y papá pasean como robots, sin decir mucho. Gret se esconde en su habitación o en la cocina, comiendo dulces y jugando al ajedrez sin parar. Ella es como una adicta. Es bizarro.
Quiero preguntarles al respecto, pero ¿cómo? —Mamá, papá -¿Acaso extraterrestres se han apoderado de su cuerpo? ¿Ha muerto alguien y tienen demasiado miedo de decirme?¿Han visto la película Misery?
En serio, bromas aparte, tengo miedo. Están compartiendo un secreto, algo malo, y no me quieren contar sobre ello. ¿Por qué? ¿Tiene que ver conmigo? ¿Saben algo que yo no? Como tal vez ... tal vez ...
(Vamos, ¡junta coraje! Dilo.)
¿Como tal vez que me voy a morir?
¿Estúpido? ¿Una reacción exagerada? ¿Estoy dándole más importancia de lo que merece? Quizás. Pero acortaron mi castigo. Gret me dio un regalo. Se ven como si estuvieran a punto de estallar en llanto en cualquier minuto.
Grubbs Grady ¿a punto de desaparecer? ¿Una enfermedad mortal que cogí en vacaciones? ¿Un defecto cerebral que he tenido desde nacimiento? ¿El malvado, terrible cáncer?
¿Qué otra explicación hay?
Recuérdame que opinas sobre el ballet.
Estoy viendo los titulares de fútbol. Solo en la sala con papá. Me sorprendo ante el extraño, desconcertante cuestionamiento, y me encojo de hombros.—Basura—, suelto.
¿No crees que es una forma de arte muy hermosa? ¿Nunca has querido tener una experiencia de primera mano? ¿No quieres disfrutar con El Lago de los Cisnes, o endulzar tu día con un Cascanueces?
Me ahogo con una risa. —¿Es esto alguna clase de trampa?— Papá sonríe.
Sólo quería asegurarme. Tengo entradas para la función de mañana. Compré tres, anticipando tu poco entusiasta reacción, pero probablemente podría conseguir una extra si cambias de parecer.
¡De ninguna manera!.
Tu pierdes.— Papá se aclara la garganta. —El ballet es fuera de la ciudad y termina muy tarde. Será más fácil para nosotros pasar la noche en un hotel.
¿Eso significa que voy a tener la casa para mí solo?— Le pregunto con entusiasmo.
No tendrás tanta suerte—, se ríe entre dientes. —Creo que eres lo bastante mayor para proteger el fuerte, pero Sharon ...— Mamá —... tiene una opinión diferente, y ella es la que manda. Tendrás que quedarte con la tía Kate.
No con SinCitas-Kate,— me quejo. Tía Kate sólo es un par de años mayor que mi mamá, pero vive como si tuviera noventa. Tiene un televisor en negro y blanco, pero sólo lo enciende para ver las noticias. Escucha la radio el resto del tiempo. ¿No podría simplemente suicidarme? — Señalo.
¡No hagas bromas como esa! — Papá suelta, inesperadamente furioso. Fijo la mirada en él, herido, lo que lo obliga a esbozar una leve sonrisa. —Lo siento. Un mal día en la oficina. Arreglare con Kate, entonces.
Tropieza mientras se va, como si estuviera nervioso. Por un momento es como si todo fuera normal, yo y papá haciendo bromas, y me olvidé de todas mis preocupaciones recientes. Ahora volvían de golpe. Si yo no estoy en la fila del matadero, ¿por qué estaba tan molesto por mi forma de hablar?
Curioso y asustado, me escabullo hacia la puerta y escucho como telefonea a la tía Kate y arregla mi estancia con ella. Nada sospechoso en su conversación. Él no habla de mí como si estos fueran mis últimos días. Incluso cuelga con un alegre “Abracitos”, una frase cursi que utiliza a menudo por teléfono. Estoy a punto de retirarme y ponerse al día con el fútbol cuando oigo que Gret habla en voz baja desde las escaleras.
¿El no quiso venir?
No,— Papá susurra en contestación.
¿Todo está listo?
Sí. Se quedará con Kate. Sólo seremos nosotros tres.
¿No podíamos esperar hasta el próximo mes?
Mejor hacerlo ahora, es demasiado peligroso como para aplazarlo.
Tengo miedo, papá.
Lo sé, cariño. Yo también
Silencio.



Mamá me deja en lo de la tía Kate. Intercambian una pequeña conversación en la puerta, pero esta apurada y no dicen mucho. Dice que tienen que darse prisa o llegarán tarde al ballet. Tía Kate les cree, pero yo he visto a través de la mentira. No sé lo que mamá y compañía están tramando, pero no van a ver a un montón de farsantes con mallas dando saltos como títeres.
Se bueno con tu tía—, dice mamá, acomodando mis cabellos detrás de mi oreja.
Disfruten el ballet—, le respondo con una sonrisa hueca.
Mamá me abraza, y luego me besa. No puedo recordar la última vez que me besó. Hay algo desesperado al respecto.
Te quiero, Grubitsch— grazna, casi sollozando.
Si yo no hubiera sabido ya algo estaba muy, muy mal, el miedo en su voz me hubiera avisado.
Preparado para ello, soy capaz de sonreír y con sorna, digo al estilo de Humphrey Bogart, —Yo también te quiero, cariño.
Mamá se va. Creo que ella está llorando.
Acómodate en la sala—, tía Kate dice. —Preparare té para nosotros. Es casi la hora de las noticias.
Invento una excusa tras las noticias. Dolor de estómago, y necesito descansar. Tía Kate me hace engullir dos cucharadas grandes de aceite de hígado de bacalao y me manda a la cama.
Espero cinco minutos, hasta que oigo a Frank Sinatra cantando. SinCitas Kate ama Ol Blue Eyes y siempre se las arregla para encontrarlo en la radio. Cuando la oigo cantar una balada cursi, me deslizo por las escaleras y salgo por la puerta delantera.
No sé lo que está pasando, pero ahora que sé que esto no va a ser como un cuento de hadas, y yo estoy decidido a descubrirlos. No me importa qué clase de lío estén metidos. No voy a dejar que mamá, papá y Gret me dejen de lado, no importa lo malo que sea. Somos una familia. Deberíamos enfrentar las cosas juntos. Eso es lo que papá y mamá siempre me enseñaron.
Deslizándome por las calles, haciendo los seis kilómetros hasta casa tan pronto como me es posible. Podrían estar en cualquier parte, pero voy a empezar por la casa. Si no los encuentro allí, voy a buscar indicios de dónde podrían estar.
Pienso en mi padre diciendo que tiene miedo. Mamá temblaba mientras me besó. La voz de Gret cuando estaba en las escaleras.
Mi estómago se aprieta con miedo. Lo ignoro, corro a buen ritmo, y trato de escupir el sabor del aceite de hígado de mi boca.
Casa. Veo un rayo de luz en el dormitorio papá y mamá, donde las cortinas dejan un espacio abierto. Esto no quiere decir que estén adentro; mamá siempre deja una luz encendida para disuadir a los ladrones. Paso por la parte trasera de la casa y miro por la ventana del garaje. El coche esta aparcado en el interior. Así que están aquí. Aquí es donde todo esto comienza. Lo que quiera que ‘esto’ sea.
Me arrastro hasta la puerta de atrás. Inclinado, abro la puerta para el perro, escuchando. Nada. Tenía ocho años cuando murió nuestro último perro. Mamá dijo que nunca permitiría que otro entrara a la casa; siempre resultaban atropellados en la carretera y estaba harta de enterrarlos. Cada pocos meses, mi padre dice que deberíamos tapiar la puerta para el perro o conseguir una nueva puerta, pero nunca lo ha hecho. Creo que está todavía tiene la esperanza secreta de que mamá cambie de opinión. Papá ama a los perros.
Cuando yo era un bebé, podía arrastrarme a través de la solapa. Mamá me ataba a la mesa de la cocina para disuadirme de irme a escondidas de la casa cuando ella no estaba mirando. Estoy demasiado grande para eso ahora, así que busco bajo la piedra en forma de pirámide a la izquierda de la puerta y encuentro la llave de repuesto.
La cocina está fría. No debería estarlo, el sol ha estado brillando todo el día ha y es una noche cálida, pero es como estar parado en un pasillo de un supermercado en el aréa de los refrigeradores.
Me arrastro hacia la puerta de la sala y me detengo, de nuevo la escucha de sonidos. Nada.
Saliendo de la cocina, reviso la sala de estar, el living (usualemente donde Gret y yo casi no podemos ir salvo en ocasiones extraordinarias)y el estudio de papá. Vacías. Todas tan frías como la cocina.
Al salir del estudio, me doy cuenta de algo extraño y me giro. Hay un tablero de ajedrez en un rincón. El tablero favorito de papá. Las piezas se basan en personajes de la leyenda del Rey Arturo. Talladas a mano por algún artesano famoso en el siglo XIX. Cuesta una fortuna. Papá nunca le dijo a mamá el precio exacto. Nunca se atrevió.
Me acerco. Esculpido en mármol, de diez centímetros de espesor. Jugué un partido con papá en su superficie lisa hace apenas unas semanas. Ahora esta marcado por profundos, feos surcos. Casi como rasguños de uñas -salvo que ningún humano podría marcar sus uñas a través de mármol macizo. Y todas las piezas cuidadosamente talladas no están aquí. El tablero esta desnudo.
Subo las escaleras sudando con nerviosismo. Los dedos apretados firmemente. Mi aliento sale como niebla ante mis ojos. Una parte de mí quiere darse la vuelta y correr. No debería estar aquí. No necesito estar aquí. Nadie sabría si me doy la vuelta y ...
Recuerdo la cara de Gret después de la broma con las tripas de rata. Sus lágrimas. Su dolor. Su sonrisa cuando me dio el kit de Tottenham. Peleamos todo el tiempo, pero yo la quiero muy en el fondo. Y no tan en el fondo.
No voy a dejarla sola con papá y mamá para afrontar los problemas que tengan. Como me dije anteriormente- somos una familia. Papá siempre dijo que las familias deben aunar esfuerzos y luchar como un equipo. Quiero ser parte de esto (aunque yo no sé lo qué ‘esto’ es, a pesar de que papá y mamá hicieron todo lo posible para mantenerme fuera de ‘esto’, aunque ’esto’ me asusta sin tener ningún sentido.)
El primer piso. No esta tan frío como la planta baja. Reviso mi habitación, luego la de Gret. Vacías. Muy cálidas. La piezas de ajedrez de Gret también están desaparecidas. La mías no habían desaparecido, pero estaban tiradas en el piso y mi tablero se había roto en astillas.
Me acerco más al cuarto de mamá y papá. He sabido todo el tiempo que aquí es donde deberían estar. Retrasando el momento de la verdad. A Gret le gusta llamarme cobarde cuando ella quiere lastimarme. Grande como soy, siempre me he salido de mi camino para evitar peleas. Yo solía pensar (temer) que ella podría estar en lo cierto. Cada paso que doy hacia la habitación de mis padres, para mi sorpresa , prueba que estaba equivocada.
La puerta está al rojo vivo, como si un fuego estuviera ardiendo detrás. Presiono mi oído contra la madera, si escucho el crepitar de las llamas correré directamente hacia el teléfono y llamare al 999. Pero no hay crujidos. No hay humo. Sólo una respiración profunda, pesada ... y un curioso sonido de goteo.
Mi mano esta sobre el pomo de la puerta. Mis dedos no se mueven. Mantengo mi oreja pegada a la madera, a la espera ... rezando. Una lágrima se escurre de mi ojo izquierdo. Se seca en mi mejilla debido al calor.
Dentro de la habitación, alguien se ríe -un sonido bajo y gutural, sádico. No es de mamá, papá o Gret. Hay un sonido de rasgar, seguido por un golpe y crujidos.
Mi mano gira.
La puerta se abre.
El infierno es revelado.

Traducido por Sandra y Shintzu

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