7 de julio de 2011

Capitulo 3


3. DERVISH

Perdido. El tiempo parece un circulo interminable. Acontecimientos erráticos. Revoloteando dentro y fuera de la realidad. Momentáneamente aquí, entonces lejos, reclamado por la locura y los demonios.
Claridad. Una habitación cálida. Agentes de policía. Estoy envuelto en mantas. Un hombre con cara amable me ofrece una taza de chocolate caliente. La acepto. Esta haciéndome preguntas. Sus palabras se diluyen en el aire.
Mirando el líquido oscuro de la taza, empiezo a alejarme de la realidad. Para evitar el retorno a las pesadillas, levanto mi cabeza y me centro en los labios en movimiento.
Durante mucho tiempo, nada. Luego susurros. Aumentan. Como si alguien subiera el volumen del televisor.
No todas sus palabras tienen sentido, hay un sonido de eco dentro de mi cabeza, pero entiendo el concepto general.
Está preguntándome acerca de los asesinatos.
Demonios—, murmuro, mi primera declaración desde mi grito desgarrador.
Su cara se ilumina y avanza hacia mi. Más preguntas. Más rápido que antes. Más altas. Más urgentes. En medio de la algarabía, le oigo preguntar: —¿Los viste?
Sí—, grazno. —Demonios.
Frunce el ceño. Pregunta otra cosa. Me desconecto. Los bordes de la realidad comienzan a nublarse. La locura se condensa a mi alrededor, me captura, me devora, haciéndome olvidar todo salvo las pesadillas.
Una habitación diferente. Policías distintos. Más exigentes que los otros. No tan amables. Haciendo preguntas en voz alta, parándose frente a mí, sosteniendo mi cabeza hasta que nuestros ojos se encuentran y tienen mi atención. Uno sostiene una fotografía de color rojo, un cuerpo separado por la mitad.
Gret,— gruño.
Sé que es duro—, dice un hombre, la simpatía se mezcla con la impaciencia —, pero ¿has visto quién los mató?
Demonios—, suspiro.
Los demonios no existen, Grubbs,— el oficial ruge. —Ya tienes edad suficiente para saberlo. Mira, yo sé que es difícil —, se repite,— pero hay que centrarse. Tienes que ayudarnos a encontrar la gente que hizo esto.
Eres nuestro único testigo, Grubbs,— murmura su colega. —Tú los viste. Nadie más lo hizo.
Sabemos que no quieres pensar en ello ahora mismo, pero tienes que hacerlo. Por tus padres. Por Gret .
El otro policía agita la foto frente a mi nuevamente. —¡Danos algo, cualquier cosa! — ruega. —¿Cuantos eran? ¿Has visto sus rostros o estaban con máscaras? ¿Cuánto presenciaste?¿Puedes...
Oscuridad. Adiós oficiales. Hola horror.
Gritos. Ensordecedores llantos. Miro a mi alrededor, preguntándome quién está haciendo tanto ruido y por qué no se calla. Entonces me doy cuenta que soy yo gritando. En una habitación blanca. Mis manos atadas por una camisa blanca ajustada. Nunca he visto una de verdad antes, pero sé lo que es: una camisa de fuerza.
Me concentro detener mis gritos, y poco a poco se desvanecen en un gemido. No sé cuánto tiempo he estado gritando, pero mi garganta está seca y duele, como si mi voz hubiera estado al limite durante semanas sin pausa alguna.
Hay una taza de plástico duro fijada en un soporte sobre una pequeña mesa a mi izquierda. Un sorbete sobresale de ella, acerco mis labios y trago. Coca-Cola. Me duele mientras baja por mi garganta, pero después de un par de sorbos es maravilloso.
Fresco, estudio mi celda. Paredes acolchadas. Luces tenues. Una puerta de acero con un panel de plástico fuerte en la mitad superior en lugar de vidrio.
Me tropiezo hasta el panel y miro hacia fuera. No se puede ver mucho -la zona es oscura, de modo que el plástico sobre todo actúa como reflector. Yo estudio mi rostro en el espejo improvisado. Mis ojos no son míos, inyectados en sangre,salvajes, con bordes negros. Mis labios mordidos por la desesperación. Arañazos auto-infligidos en mi cara. Mi cabello corto, más de lo que me gustaría. Un gran moretón en mi frente.
Un rostro aparece cerca del otro lado del cristal. Me caigo hacia atrás con miedo. La puerta se abre y una gran y sonriente mujer entra.—Está bien—, dice en voz baja. —Mi nombre es Leah. He estado cuidando de ti.
¿Do-don… dónde estoy?
En un lugar seguro, —ella responde. Se inclina y toca el moretón en mi frente con dos dedos suaves y gentiles. —Has pasado por el infierno, pero ahora estás bien. Todo será más fácil desde aqui. Ahora que saliste de tus delirios, nosotros podemos esforzarnos…
Pierdo el hilo de lo que Leah esta diciendo. Detrás de ella, en la entrada, imagino que un par de demonios –Vein y Artery. La parte sana de mí sabe que no son reales, sólo visiones, pero esa parte ya no tiene control sobre mis sentidos. Apoyándome contra unas de las paredes acolchadas, me pierdo en los demonios imaginarios, mientras bailan por toda mi celda, haciendo gestos ordinarios y mímicas de amenazas.
Leah sigue hablando. Los imaginarios Vein y Artery continúan bailando. Me vuelvo a sumergir en mis pesadillas casi con gratitud.



Dentro y fuera. Tranquilos momentos de realidad. Destellos repentinos de locura y terror.
Estoy recluido en un instituto para personas con problemas –eso es todo lo que cualquiera me dirá. No hay nombres. No me juntan con otros pacientes. Salas blancas. Enfermeras –Leah, Kelly, Tim, Aleta, Emilia y otras, todas agradables, todas preocupadas, todas incapaces de convencerme de volver de mis pesadillas cuando estas me atacaban. Médicos con nombres los cuales no me moleste en memorizar. Ellos me revisaban a intervalos regulares. Toman notas. Hacen preguntas.
¿Qué viste?
¿Qué aspecto tenían los asesinos?
¿Por qué insistes en llamarlos demonios?
Sabes que los demonios no son reales.
¿Quiénes son los verdaderos asesinos?
Uno de ellos me pregunta si yo cometí los asesinatos. Es una mujer de cabellos grises y ojos fuertes. No es tan amable como el resto. La ‘médico malo’ de los ‘médicos buenos’. Ella me presiona más cada día que pasa. Me muestra fotos que me hacen llorar.
La comienzo a llamar Doctora Masacre, pero sólo para mí, no en voz alta. Cuando ella viene con sus preguntas y sus ojos fríos, me abro a las pesadillas –siempre cerniéndose sobre los bordes, ansiosas por envolverme- y me pierdo del mundo real. Después de unos pocos desvanecimientos intencionales, es obvio que deciden abandonar estas tácticas de choque y eso es lo último que veo de la Doctora Masacre.

El tiempo se arrastra o desaparece en las pesadillas. No es el tiempo normal. No hay tardes perezosas o mañanas tranquilas. Los asesinatos son imposibles de olvidar. El dolor y el miedo contaminan cada vigilia y momento durmiendo.
Las rutinas son importantes de acuerdo a mis médicos y enfermeras, que desean poner fin a mi reclusión en las pesadillas. Están tratando que vuelva a la realidad. Me rodean con relojes. Me hacen llevar dos de ellos. Haciendo énfasis en las horas en las cuales como y me baño, hago ejercicios y duermo.
Una gran cantidad de píldoras e inyecciones. Leah dice que es sólo temporal, para calmarme. Dicen que no les gusta medicar pacientes aquí. Dicen que prefieren hacernos hablar sobre nuestros problemas, no hacernos olvidar.
Las drogas me insensibilizan a las pesadillas, pero también a todo lo demás. Imposible sentir interés o aburrimiento, entusiasmo o desesperación. Paseo por todo el hospital –tengo permiso, ahora que ya no soy violento- aturdido, como un zombi, mirando las caras de los relojes, contando los segundos hasta mi próxima píldora.

Me quitan las píldoras. Enfermo fuertemente. Ataques de gritos. Lucho contra las enfermeras. Ansío la insensibilidad. ¡Necesito las píldoras!
Ignoran mis gritos y súplicas. Leah explica lo que está pasando. Estoy en un plan de tratamiento a largo plazo. Las drogas pusieron fin a las pesadillas y me anclaron al mundo real –primer paso. Ahora tengo que aprender a actuar como una persona normal, libre de medicamentos depresores –segundo paso.
Trato de explicarle mi situación a ella –mis pesadillas no se irán, porque los demonios que vi eran reales- pero se rehúsa a escuchar. Nadie me cree cuando hablo sobre los demonios. Ellos aceptan que estuve en la casa en el momento de los asesinatos, y que fui testigo de algo terrible, pero no pueden ver más allá de los horrores humanos. Piensan que me imagino a los demonios para ocultar la verdad. Un médico dice que es más fácil creer en los demonios que en la maldad de la humanidad. Dice que una persona malvada es más aterradora que un demonio de fantasía.
¡Idiota! ¡No lo diría si hubiera visto la cabeza de cocodrilo de Vein o a Artery coronado por cucarachas!

Mejoro gradualmente. Perdí mi ansia de drogas y ya no tuve ataques. Pero no progreso tan rápido como mis doctores anticiparon. Sigo volviendo a caer en el mundo de las pesadillas, perdiendo mi control sobre la realidad. No hablo abiertamente con mis médicos y enfermeras. No hablo de mis miedos y dolores. A veces balbuceo incoherente y no puedo interpretar las palabras de quienes me rodean. O estoy mirando un árbol o arbusto a través de una de las ventanas del instituto durante todo el día, o no me levanto en la mañana, a pesar de los entusiastas esfuerzos de mis enfermeras. Lucho contra ellos. No creen mi historia, así que no pueden entenderme, por lo que no pueden ayudarme realmente. Por eso lucho contra ellos. Por miedo y rencor.
En algún lugar en medio de la confusión, llegan los familiares. Los médicos quieren que me centre en el mundo fuera del instituto. Piensan que la mejor manera de hacerlo es reintroduciendome a mi familia, derribando mi abrumadora sensación de soledad. Creo que el plan es que los visitantes se preocupen por mí, así yo querría estar con ellos, por lo que trabajan junto con los médicos cuando comienzan las preguntas.
Tía Kate es la primera. Me estrecha fuertemente y llora. Habla de Mamá, Papá y Gret sin parar, recordando todos los buenos momentos que puede recordar. Me ruega que permita a los médicos ayudarme, a hablar con ellos, para que pueda mejorar e ir a casa a vivir con ella. No digo nada, solo miro fijamente al vacio y pienso en Papá colgado boca abajo. Tía Kate se va menos de una hora más tarde, aun sollozando.
Más familiares pasan durante los siguientes días y semanas, rodeados por los médicos. Tías, tíos, primos –de ambos lados del árbol genealógico. Algunos son viejos conocidos. Algunos nunca los he visto antes. No respondo a ninguno de ellos. Puedo decir que son como los médicos. Ellos no me creen.
Muchas preguntas de mis cuidadores. ¿Por qué no les hablo a mis familiares? ¿Me gustan ellos? ¿Hay otros que prefiero? ¿Tengo miedo de la gente? ¿Cómo me siento sobre salir de aquí y quedarme con algunos de los que más me simpatizan por un tiempo?
Están tratando de enviarme fuera. No es que estén hartos de mi –sólo es el tercer paso en mi camino hacia la recuperación.
Ya que no me recupero trayéndolos aquí, esperan que el sabor del mundo real me haga más receptivo. (No he desarrollado un gran entendimiento en la forma de pensar humana –sé todo esto porque Leah y las otras enfermeras me lo cuentan. Dicen que es bueno que sepa lo que están pensando y cuales son sus planes).
Hago lo que puedo para darle lo que ellos quieren –Me encantaría poder curarme- pero es difícil. Los familiares me recuerdan lo que pasó. No pueden actuar con naturalidad a mí alrededor. Me miran con lástima –algunos con expresiones temerosas. Pero lo intento. Escucho. Respondo.
Después de tanta preparación y discusión, me paso un fin de semana con Tío Mike y su familia. Mike es el hermano menor de Mamá. Tiene una bonita esposa –Rosetta- y tres hijos, dos niñas y un niño. Gret y yo nos quedamos con ellos unas cuantas veces en el pasado, cuando Mamá y Papá se iban de vacaciones.
Ellos se esforzaron para hacerme sentir bienvenido. Conor, el hijo de Mike de diez años, me muestra sus juguetes y juega en la computadora conmigo. Es alegre y amable. Me habla sobre su colección de cómics y me dice que puedo coger unos tres prestados y si me gustan quedármelos.
Las chicas –Lisa y Laura- de siete y seis. Risueñas. No saben porque estoy aquí o son conscientes de lo que me ocurrió. Pero son agradables. Me hablan sobre la escuela y sus amigos. Quieren saber si tengo novia.
El sábado va bien. Siento el optimismo de Mike –el piensa que esto funcionará, que volveré a mis sentidos y recuperaré mi vida normal. Trato de creer que la salvación simplemente puede ser posible, pero interiormente sé que me estoy engañando a mi mismo.

Domingo. Un paseo por el parque. Jugando con Lisa y Laura en los columpios, Empujándolas más alto. Rosetta está cerca, mantiene un ojo vigilante sobre mí. Mike esta en la calesita con Conor.
¡Quiero bajarme! —Laura grita. La detengo y ella salta al suelo. —¡Mira lo que vi! —grita alegremente, y se precipita hacia un arbusto a un lado de los columpios. La sigo. Ella señala un ave muerta –pequeña, joven, su cuerpo destrozado, probablemente por un gato.
¡Cool! —Lisa jadea, viniendo detrás
No, no lo es, —dice Rosetta, que paseaba por el otro lado. —Es triste.
¿Podemos llevarlo a casa y enterrarlo? —Lisa pregunta
No sé, —Rosetta frunce el ceño. —Parece que ha sido…
Los demonios mataron a mis padres y a mi hermana, —interrumpo calmadamente. Las niñas me miran fijamente, con ojos enormes, —Uno de ellos le arrancó la cabeza limpiamente a mi papá. La sangre se derramaba. Como de un grifo.
Grubitsch, no creo… —dice Rosetta.
Uno de los demonios tenia el cuerpo de un niño, —continuo, incapaz de detenerme. —Tenía la piel verde y no tenia ojos. En vez de cabello, su cabeza estaba cubierta con cucarachas.
¡Es suficiente! —Rosetta dice bruscamente. —Estás aterrando a las niñas. No…
Las cucarachas estaban vivas. Estaban comiendo la carne del demonio. Si hubiera mirado con atención, estoy seguro de que habría visto su cerebro.
Rosetta se fue furiosa, Lisa y Laura la acompañaron. Laura lloraba.
Miro con tristeza al pájaro muerto. Las pesadillas se reúnen a mí alrededor. Imaginarios demonios ríen. La última cosa que veo del mundo real, a Mike dirigiéndose hacia mi, divido entre la preocupación y la furia.

El instituto. Días –¿semanas? ¿meses?- más tarde. Muchas preguntas.
¿Por qué les dijiste eso a las niñas?
¿Quieres hacer daño a otras personas?
¿Estás enojado? ¿Triste? ¿Asustado?
¿Te gustaría visitar a alguien más?
No respondo, o de lo contrario gruño como respuesta. Ellos no entienden. No pueden. No quise asustar a Lisa o Laura, o molestar a Mike y Rosetta. Las palabras salieron por si mismas. Los médicos no pueden ayudar. Si tuviera una enfermedad común, estoy seguro que me podrían curar.
Pero he visto demonios rasgar mi mundo en pedazos. Nadie cree eso, por lo que nadie entiende por lo que estoy pasando. Estoy solo. Y siempre lo estaré. Esta es mi vida ahora. Esta es la manera en que es.

Los familiares dejan de venir. Los médicos dejan de intentar. Dicen que me están dando tiempo para recuperarme, pero pienso que simplemente no saben como manejarme. Largos períodos solo, caminando, leyendo, pensando. Cansado la mayor parte del tiempo. Dolores de cabeza. Demonios imaginarios dondequiera que miro. Me es difícil retener los alimentos. Desnutrición. Enfermo.
Las enfermeras intentan recuperar mi espíritu. Días fuera –un circo, parques temáticos, cines y fiestas en mi celda. No es bueno. Sus esfuerzos se desperdician en mí. Me encierro en mi mismo más y más. Casi nunca hablo. Evito el contacto visual. Mis dedos se mueven nerviosamente y mi cabeza gira con el menor ruido extraño.
Cada vez peor. Yendo cuesta abajo.
Se habla nuevamente de píldoras.

Un visitante. Ha pasado mucho tiempo desde el último. Pensé que se habían dado por vencidos.
Es Tío Dervish. El hermano menor de mi padre. No sé mucho sobre él. Un hombre misterioso. Nos visitó un par de veces cuando era más pequeño. A madre nunca le gustó. Recuerdo que ella y Papá discutían sobre él una vez. —¡No vamos a llevar a los niños ahí! —le espetó ella. —No confío en él.
Leah admite al Tío Dervish. Le pregunta si le gustaría algo de beber o comer. —No, gracias—. ¿Me gustaría algo? Sacudo la cabeza. Leah nos deja.
Dervish Grady es un hombre flaco y desgarbado. Calvo en la cima, cabello gris en los lados, una barba gris escasa. Ojos azul claro. Recuerdo sus ojos desde que era niño. Pensé que se parecían a los ojos de mis soldados de juguetes. Le pregunté si estaba en el ejército. Se echó a reír
Está vestido completamente de mezclilla -jeans, camisa, chaqueta. Él luce ridículo- Gret decía que la mezclilla es de mal gusto en cualquiera de más de treinta años. Ella estaba en lo cierto.
Dervish se sienta en la silla del visitante y me estudia con ojos fríos y serios. Él es inmediatamente diferente a todos los que han venido antes. Mientras que los otros parientes se apresuraron a iniciar una falsa, alegre conversación, o llorar, o decir cuanto lo sienten, Dervish sólo se sienta y me mira fijamente. Esto me interesa, así que lo miro también, más atento de lo que he estado en las últimas semanas.
Hola, —le digo después de un largo minuto de silencio.
Dervish asiente con la cabeza como respuesta.
Trato de pensar en algo para continuar. Nada me viene a la mente.
Dervish mira lentamente mira por toda la habitación. Se pone de pie, camina hacia la ventana, mira hacia fuera el patio trasero del instituto, luego gira y vuelve a la puerta, que Leah dejo entreabierta. Asoma la cabeza, mira a izquierda y derecha. Cierra la puerta. Vuelve a la silla y se sienta. Se desabrocha la parte superior de su chaqueta de mezclilla. Saca tres hojas de papel. Las mantiene cara abajo.
Me siento más erguido, intrigado, pero receloso. ¿Esta es una nueva táctica de los médicos? ¿Le han dado a Dervish una nueva serie de líneas y acciones, en un intento de suscitar mi recuperación?
Espero que esto no sea un test de Rorschach, —sonrío débilmente. —He tenido manchas de tinta suficientes para vivir por un…
Dervish gira una hoja y me detengo en seco. Es un dibujo en blanco y negro de un gran perro con cabeza de cocodrilo y manos humanas.
Vein, —Dervish dice. Tiene una suave, lírica voz. Tiemblo y no digo nada en respuesta.
Gira la segunda hoja. Color esta vez. Un niño con piel verde. Bocas en sus manos. Fuego en sus ojos. Piojos en el cabello.
Artery, —dice Dervish.
Está mal el cabello, —murmuro. —Deben ser cucarachas.
Piojos, cucarachas, sanguijuelas –eso cambia, —dice, y vuelve la tercera. Esta es a color también. Un hombre delgado, de grumosa piel roja, ojos grandes de color rojo, con las manos destrozadas, sin pies, un agujero lleno de serpientes en el lugar en que debería estar su corazón.
Los médicos hicieron esto, —me quejo, apartando mis ojos, —Yo les dije sobre los demonios. Deben tener artistas que dibujen para ellos. ¿Por qué estas tu…
Tú no les dijiste su nombre, —Dervish me cortó. Golpea ligeramente la imagen. —Dijiste que estos dos eran sirvientes, y este era su señor, pero nunca mencionaste su nombre. ¿Lo conoces?
Vuelvo a pensar en esos pocos minutos de locura en el dormitorio de mis padres. El señor demonio no dijo mucho, Nunca me dijo quién era. Abro la boca para contestar negativamente…
Luego lentamente la cierro. No –él sí reveló su identidad. No recuerdo exactamente cuando, pero en algún lugar entre la locura lo mencionó. Examino mis pensamientos otra vez. Ubicando el momento. Fue cuando él me preguntó si sabia porque esto estaba pasando, si mis padres me habían contado la historia de…
Lord Loss, —dice Dervish, una fracción de segundo antes que lo dijera yo mismo.
Lo miro… inseguro… asustado… pero de alguna manera emocionado.
Sé que los demonios eran reales, —murmura Dervish, recogiendo los dibujos y volviendo a colocarlos dentro de su chaqueta, cerrando sus botones. Se pone de pie. —Si quieres venir a vivir conmigo, puedes hacerlo. Pero tendrás que arreglar este lío en primer lugar. Los médicos dicen que no respondes sus preguntas. Que saben como ayudarte, pero que no se los permites.
Ellos no me creen, —lloro —¿Cómo me pueden curar cuando piensan que estoy mintiendo sobre los demonios?
El mundo es un lugar confuso, —dice Dervish. —Estoy seguro que tus padres te enseñaron a hablar siempre con la verdad, y la mayor parte del tiempo es un buen consejo. Pero a veces hay que mentir. —Se acerca y se inclina, por lo que su rostro está a la altura del mío. —Estas personas quieren ayudarte, Grubitsch. Y creo que pueden. Pero no van a hacerlo si tu no los ayudas. Vas a tener que mentir, fingir que los demonios no existen, decirles lo que quieren oír. Hay que darles un poco para conseguir otro poco. Una vez que elimines esa barrera, pueden trabajar en arreglar tu cerebro, te ayudaran a lidiar con el dolor. Luego, cuando ellos hayan hecho todo lo posible, puedes venir conmigo si quieres y yo te ayudo con el resto. Te puedo explicar sobre los demonios. Y decirte por qué tus padres y tu hermana murieron.
Él se va.

Silencio aturdido. Largos días y noches de mucho pensar. Repitiendo el nombre del delgado demonio rojo. Lord Loss. Lord Loss. Lord Loss. Lord…
Dividido entre la esperanza y el miedo. ¿Podría Dervish estar aliado con los demonios? Mamá dijo: “No confío en él”. Estoy a salvo aquí. Irme podría ser una invitación al peligro y más dolor. No mejoraré en este lugar manteniéndome fiel a mi historia, desafiando a los médicos y enfermeras –pero no podre ser dañado. En el mundo real, podría tener que enfrentarme a los demonios de nuevo. Es más simple quedarme aquí y esconderme.

Una mañana me desperté con una pesadilla. En esta, yo estaba en una fiesta, con una máscara. Cuando me quité la máscara, me di cuenta de que había estado usando la cara de Gret.
Sentado en la cama. Temblando. Llorando. Miro por la ventana hacia el mundo más allá.
Decido.

Hago ejercicio. Como con sensatez. Aumento de peso. Hablo directamente con mis médicos y enfermeras, respondo a sus preguntas, dejando que entren en mi cabeza. “desnudando mi alma” Permito que me ayuden. Trabajo con ellos. Miento cuando tengo que hacerlo. Digo que vi humanos en la habitación esa noche. La policía viene y toma mi declaración. Un artista capta mis nuevas, realistas, descripciones de los asesinos. Mis médicos están orgullosos y me dan palmaditas en la espalda.
Las semanas pasan. Con ayuda y gran cantidad de duro trabajo, mejoro. Dervish tenía razón. Ahora que coopero con ellos, son capaces de ayudarme, incluso si estamos progresando en base a una mentira –que los demonios no son reales. Lloro mucho y aprendo mucho –cómo enfrentar el dolor, como confrontar el miedo y controlarlo- y poder guiarme fuera de la oscuridad, lentamente, dolorosamente, pero sin pausa.
En una tarde de sesión con un terapeuta, cuando yo juzgo que es el momento correcto, hago una petición. Muchas discusiones posteriores. Largos debates. Reuniones del personal. Llamadas de teléfono. Zumbidos y vacilaciones. Finalmente ellos están de acuerdo.
Hay un gran aumento. Gran cantidad de sesiones de terapia en profundidad y de corazón a corazón. Muchísimos test, para asegurarse que estoy listo, para convencerse que están haciendo lo correcto. Tienen dudas. Hablan entre ellos. Nosotros hablamos a través de ellos. Deciden a mi favor.
El ultimo día. Apretones de manos y números de contacto de emergencias en caso de que algo vaya mal. Besos y abrazos de mis enfermeras favoritas. Una tarjeta de Leah. Me enfrento a la puerta, una mochila al hombro con todo lo que tengo en el mundo. El miedo me angustia, pero decido llevarlo a cabo.
Dejo el instituto en la parte trasera de una moto. Conduciendo –mi salvador, mi salvavidas, mi esperanza- Tío Dervish.
Agárrate fuerte, —dice. —Los límites de velocidad fueron hechos para romperse.
¡Vroom!


Traducido por Arcanist y Shintzu

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